Spínola: una forma de ser que transforma
Cuando comienza un nuevo año, la familia Spínola celebra de forma especial la vida y herencia carismática recibida de nuestro fundador; Marcelo. Es el 19 de enero su día y la celebración se propaga por nuestros centros durante siete jornadas en “La semana de los fundadores”. Pero el ser Spínola trasciende a un día, a una celebración concreta o una hoja del calendario de pared como así lo hace su visión y proyecto educativo que discurre por siglos con una riqueza y sentido que llega hasta hoy.
Una misión, la nuestra, que conserva la esencia de Marcelo; un hombre de Dios que desde la sencillez busca dibujar en su vida los deseos del padre; una lucha permanente desde la propia revisión y la exigencia por querer acertar con fidelidad al evangelio. Una forma de ser y de estar que en mucho puede resultar contracultural pero, a la vez, tan necesaria.
Hoy, igual que entonces, sigue haciendo falta testigos de la Fe que haciendo suyo el modo de Marcelo, seamos capaces de acercarnos al evangelio abiertos a recibir llamadas que nos sacan de nuestra zona de seguridad, que cuestionan nuestras certezas y que nos hacen soltar mochilas y romper cadenas que a veces lastran y, otras, simplemente amarran e inmovilizan.
Iguales, conectados y prójimos
En el siglo XXI, en una sociedad como la nuestra, sigue haciendo falta la presencia de un testimonio que quiera dar luz donde muchas veces solo suenan ruidos y tormenta; que busque ser Buena Noticia entre telediarios cuajados de titulares incompletos, demasiada manipulación y sobrado sensacionalismo. Sigue haciendo falta voces que apuesten decididamente por contextos sociales y educativos abiertos a todos y que se contrapongan a la continua polarización y enfrentamiento siendo capaces de entender la diferencia como un lugar de encuentro y no de confrontación y distanciamiento permanente. Espacios donde la persona sea lo nuclear y su condición, color de piel o creencias no sean más que el reflejo del lado más humano de esa persona. SÍ; hoy siguen haciendo falta voces que hablen de la necesidad de acoger sin distinción, de “abrir puertas” y anteponer a la persona sobre otros intereses siendo capaces de abrazar lo desconocido aunque ello suponga renuncias.
Sigue haciendo falta generar comunidad que frene el bucle de individualismo donde nos encontramos instalados socialmente y donde el “yo” pueda dar paso a “nosotros”. Una hermandad en la que podamos sentirnos que estamos conectados y que dependemos unos de otros para nuestros aprendizajes diarios, y donde Jesucristo tome el centro para dar sentido a nuestro tránsito temporal. Por contradictorio que pueda parecer, la crisis sanitaria que travesamos generada por la pandemia del COVID-19, apunta haber arrasado en números a nuestra iglesia, si bien la Fe parece haber tomado un sentido que en los últimos años parecía haberse desdibujado.
La paradoja del “menos es más” que vuelve a azotarnos a cañonazos, despojándonos de seguridad y haciéndonos sentir tan vulnerables y pequeños como somos. Una posición que te lleva a asumir con humildad que solos no podemos pero que “en Él todo se puede” y que acerca a Dios de un modo íntimo que no deja indiferente. Es esa sensación de sentirse amado de forma incondicional, pese a las limitaciones e imperfecciones que todos arrastramos. Un encuentro que hoy sigue haciendo falta pues lleva a la acción -que no a la reacción- y que moviliza e impulsa para anunciar el regalo del amor personal e incondicional de Jesucristo.
En una sociedad donde todo cuesta dinero, esto es gratis y sin embargo, desconocido para tantos. Pues es complicado lucirlo en escaparates o encontrarlo entre montones de ropa en las rebajas. Porque no salta cual anuncio permanente en tu iphone o Smartphone ni hay muchos “influencers” que parezcan haberlo vivido (y si lo vivieron les debe dar vergüenza contarlo). Hace falta abajarse; bajar los ritmos, hacer renuncias, escuchar en el silencio… y eso parece no estar de moda. Pero a pesar de ello da sentido y es oportunidad.
Un modelo que transmitimos desde la educación
De ahí la riqueza de la vida de Marcelo, que desde ese sentirse amado se moviliza para transformar aquello que le rodea y que él percibe que ya poco tiene que ver con el evangelio. La lucha por las clases más desfavorecidas, la denuncia de la injusticia sin agresión pero sin complejos, el cuidado y compromiso con la persona y la certeza de que la transformación de la vida no es algo inmediato, que requiere de procesos, y de ahí la importancia de la educación.
Una intuición que se proyecta con un estilo concreto, el que nace de las virtudes de Spínola, que nos invita a entender este proceso como la formación del corazón de la persona, que dura toda la vida, pero que gana especial protagonismo en las edades más tempranas.
Sin grandes pretensiones, con el “puerta a puerta”, “corazón a corazón”, sigamos transmitiendo esta riqueza que nos fue dada como regalo y que nos hace felices desde el convencimiento de que transformar la realidad es posible si lo intentas.
Pablo Herrera García, director del colegio Sagrado Corazón de Ronda