“En Taizé paras, conectas, te dejas sentir y, lo más importante: dejas que Dios haga en ti”
Durante la propuesta del verano Spínola quisimos invitar a los jóvenes a descubrir Taizé y la experiencia ha sido muy enriquecedora y una auténtica revelación. Nos lo transmiten en primera persona las palabras de este testimonio:
¿Qué esperamos de Taizé? Nos preguntábamos en la convivencia antes de irnos. Ahora, tres meses después sigo sin saber explicar qué se vive allí. Es complicado resumir todo lo que se siente, porque es tanto que todavía sigo rumiando lo vivido, y creo que eso es lo mejor de esta experiencia.
Al llegar allí nos encontramos con que Taizé tenía un poco de todo, empezando por el encuentro ecuménico, desde protestantes hasta católicos, pasando por anglicanos y ortodoxos hasta calvinistas y luteranos. Hacer crecer la unidad implica rechazar las desigualdades sociales, y este, es el desafío que proponen los hermanos de Taizé para llegar a la Iglesia Universal. Debíamos ser artesanos de unidad.
Por las mañanas hacíamos un trabajo para mantener la comunidad donde nos estábamos quedando. Te puedes apuntar al que quieras. Hacíamos tres oraciones preciosas al día y lo que más me gustaba eran los cantos, son increíbles. La Iglesia estaba preparada para las diferentes ramas del cristianismo, lo que me sorprendía aún más. Por las tardes hacíamos un ratito de reflexión bíblica común en grupos pequeños: era genial compartir eso con las personas que no practican lo mismo que tú, amplias muchísimo el conocimiento y aprendes, aprendes mucho.
Luego, nosotras paseábamos por la colina. Os podéis imaginar el paisaje… una invitación a acoger la naturaleza. Increíble. En esos paseos aprovechábamos para compartir nuestro “por dentro” y contarnos cómo estábamos viviendo esto. Personalmente me servían mucho esas conversaciones que surgen desde la verdad, haces lazos muy fuertes con personas, que ayudan mucho al sentido de aquello. También nos íbamos al lago que es una de las muchas zonas de Taizé verde, donde primaba el silencio. Allí nos separábamos y teníamos un ratito personal para preguntarnos, orar y ponerle sentido a lo que estábamos viviendo, que no era poco. De allí salías con mucha paz.
Llega la noche. Uno de mis ratos preferidos. Tras la última oración del día, cenábamos juntos y luego el Oyak. Digamos que era una de las partes más graciosas y divertidas de Taizé. Allí cantábamos con las guitarras, bailábamos y podías comprar alguna que otra bebida y algo de comer. Después de ese rato, nosotras solíamos ir a la Iglesia, que nunca cerraba. Podías orar, rezar o simplemente escuchar los ensayos de las canciones, que eran alucinantes. Escuchar a tantas personas rezar mediante el canto es algo que emociona.
Es difícil explicar lo que sientes en Taizé. Allí todos somos hijos pródigos. Descubres partes de tu “por dentro” que parecía que estaban bien cerradas. Es encontrar el amor personal de Jesucristo hacia ti. Pura emoción.
En Taizé paras, conectas y te dejas sentir. Es muy importante eso de dejarte hacer, dejar que Dios haga en ti. Que se mueva libremente. Fluir con el entorno y preguntarte. En Taizé te conviertes en autodidacta, tus cruces no pesan. Aprendes a acogerlas y a llevarlas con cariño. Yo incluso las compartía con alguna que otra persona, y eso liberaba. Lo mejor es que también alguien las compartía contigo, y piensas, ¿Qué he podido hacer yo en esta persona para que me muestre su vulnerabilidad?
Taizé ha hecho en mí. Ha sido un regalo que quiero repetir. Para mí las personas con las que convivía le han dado cuerpo a la experiencia. Me llevo muchas cosas, desde nuevos amigos hasta encontrar el tesoro de la fe, discernir…Estoy segura de que cuando vuelva viviré algo totalmente diferente. Es que Taizé es genial.
En esta galería puedes ver algunos de los momentos más especiales vividos: