“La vida también es bailar con una mochila que pesa”, en el Camino de Santiago de nuestros jóvenes Spínola
Durante el pasado verano Spínola se propusieron dos experiencias con el Camino de Santiago: una para jóvenes y otra para alumnos de 1º de Bachillerato. Aunque el “camino” fue el mismo, las vivencias de cada grupo y, por supuesto, de cada persona fueron diferentes. A continuación, recogemos las palabras que relatan la experiencia de las chicas del grupo de jóvenes. Una “experiencia vital” que además pusieron en manos del Señor, donde se dejaron sorprender por ellas mismas, el grupo, la naturaleza y el propio amor de Jesucristo.
Lo que necesitábamos. Si tuviésemos que definir el Camino de Santiago para cada una de nosotras, diríamos que fue justo lo que necesitábamos. Nada más y nada menos. Cada una llegábamos con nuestra rutina a cuestas. Una rutina en la que vivimos mirando hacia abajo, con una indiferencia que en ocasiones roza el cinismo, con insensibilidad y viviendo sin detalle. Fueron 100 kms despojadas de esa rutina, una experiencia de la que disfrutamos sin expectativas y de la que volvimos viviendo al detalle.
Fueron varias etapas y de cada una sacamos una experiencia inolvidable. Un día nos perdimos, otro día creíamos que no íbamos a comer, y desde el principio, tras todos estos inconvenientes que se convirtieron en anécdotas, nos acompañan dos palabras que nos hicieron verlo todo de otra manera: “Dios proveerá”.
Esta experiencia la hemos vivido 7 personas que no nos conocíamos, pero que desde el primer minuto que pasamos juntas, conectamos. Lo fácil que es caminar de la mano de personas que te ayudan a levantarte si te caes, que te abren su corazón y que te alegran el día con una sonrisa o un simple abrazo, que después de andar 30 kilómetros hacen mucho bien. En el Camino de Santiago, el cansancio es inevitable, aunque nosotras cuando estábamos súper cansadas nos poníamos a cantar y bailar, porque la vida también es bailar con una mochila que pesa, reír, gritar y cantar con ella a cuestas.
Vivimos juntas tantas anécdotas en esos 10 días… algún día que otro comenzábamos el camino sin saber dónde dormiríamos esa noche, en nuestro camino hemos encontrados personas que lo marcaron mucho, que nos cogieron papel y boli para hacernos un mapa y guiarnos, que nos abrieron las puertas de sus casas y también personas que conocimos a lo largo del camino y nos acompañaron hasta el final de este.
Hemos subido cuestas que creíamos que no tenían final, hemos encontrado alegría en el cansancio, cantando y gritando, aunque no teníamos fuerzas, que el simple gesto de que un camión nos pitara en forma de saludo, nos recargaba las pilas para andar otros tantos kilómetros. Paisajes increíbles que nos dejaban con una sensación de: “todo esto es un regalo”.
Podríamos estar mil horas hablando y riendo de todo lo que nos pasó, pero sin duda fue una experiencia vital. Todos estos regalos que viven a nuestro alrededor y que a veces ni buscamos ni nos damos cuenta de que han estado siempre ahí. Fue definitivamente mirar nuestro mundo desde otras perspectivas. Acercarnos, tocar y comprobar, como bien sabemos, que todo está conectado y es regalo de Dios. Porque la vida es el camino y el camino es la vida.
Podríamos decir, como reflexión general, que aprendimos sobre nuestra relación con nosotras mismas, con las personas que nos rodean, con el mundo y nuestra realidad, y con el regalo que el Señor nos ha dado. Con nosotras mismas porque llegamos con una mochila, una que llevamos siempre con nosotras, que nos pesa y que a veces no queremos compartir. Esta mochila que traemos siempre está llena de heridas, de preocupaciones, expectativas e inseguridades. Por eso, éste fue un momento de valorar lo que llevábamos, de vaciarla y volver a llenarla de aquello que merece la pena ser llevado. Por esto digo que volvimos viviendo al detalle, volvimos con una valoración diferente de las cosas que me preocupan, volvimos con pensamientos como “¿de verdad merece la pena que esto ocupe sitio en mi mochila?”.
Con los demás porque vivimos alejados de los que nos rodean. Sin sensibilidad ni fraternidad. Hubo momentos de reconocer nuestras heridas y nuestra sensibilidad con un deseo de dejarnos remover. Dejarnos transformar. A eso hemos venido, a removernos, a entregarnos y a sentir sin miedo.
Con nuestro mundo porque aprendimos a relativizar todo lo que vemos a nuestro alrededor. Porque llegamos con una visión estática de la realidad y queriendo tener todo planeado; y poco a poco entendimos que, una vez nos entregábamos al camino, era éste el que decidía por nosotras, era éste el que nos proporcionaba todo lo que necesitábamos en nuestro día a día. Porque aprendimos que en la naturaleza, en esta experiencia de búsqueda física y espiritual, desaparecen todas las preocupaciones que tenemos en nuestro día a día y que no nos permiten disfrutar de todas las maravillas que existen. Yes que estas “maravillas” están mucho más cerca de lo que nos damos cuenta, aunque a veces estemos demasiado ocupadas como para verlas.
Con Cristo, fueron 10 días de conversación, de agradecimiento y cercanía. Vivir con un recuerdo constante de que en Él vivimos, nos movemos y existimos. Que nada tiene sentido si creemos que podemos con todo. Que Dios proveerá y que siempre podemos confiar y dejarlo todo en Él. Desde la libertad.
Recogemos en esta galería algunas vivencias de este camino tan especial:
Revive otras actividades del verano y el Movimiento Spínola desde nuestros testimonios:
- Celebramos el décimo aniversario de la Fundación Spínola agradeciendo la red educativa que tejemos entre todos
- Más allá de corregir: cómo transformar la evaluación en aprendizaje en el aula
- El primer encuentro de Celia y Marcelo
- “Raíces para volver, alas para volar”. Vivencias del Encuentro de Familia Spínola
- ¿Qué papel tiene la escuela católica hoy? Construimos el sentido de nuestro proyecto curricular