En “Una pausa con la Palabra” se descubre que el Evangelio es llamada: ven y que no te lo cuenten
Una pausa con la Palabra, esa era la propuesta enmarcada en los experiencias de Respiro y Espiritualidad para educadores Spínola. Una iniciativa para que cada uno pueda crecer en el desarrollo de su espiritualidad, buscando el sentido y significado personal. La cita tenía lugar en Madrid los días 27 y 28 de mayo y el encuentro estaba conducido por Mª Isabel Macarro, adc.
En esta ocasión, contamos con el testimonio de Yolanda Rabadán, docente del Real Colegio Nuestra Señora de Loreto.
“Dos premisas se desprendían de un título breve y contundente que cumplía esa función apelativa de interpelar al receptor, propia de los rótulos iniciales de un texto; a saber, detenerse, “pausar” por un rato la vida -¡Pues, buena falta me hace!- pensé y… La Palabra, eso sí, con mayúsculas; un asunto cuanto menos atrayente para una persona que, como yo, “vive” desde hace muchos años de ellas, aunque éstas sean en minúscula, soy filóloga y ejerzo como maestra de Lengua.
Me gustaba, hacía tiempo que no me incorporaba a “estas cosas”. Tras largos periodos en los que fui asidua, casi adicta, a este tipo de convocatorias y otras similares, últimamente mi “intrahistoria”, que diría Miguel de Unamuno, me ha conducido, o yo he preferido transitar, por sendas de perfil bajo. Y decidí asistir.
Todo es descubrimiento
La cita, entre 20:00 y 21:00 horas de un primaveral anochecer de mayo en un recoleto barrio de Madrid, curioso rincón de tranquilidad de los pocos que deben sobrevivir de ese estilo en esta agitada ciudad. Cada uno llegó como pudo, algunos no sin sortear los imponderables del viaje, arrastrando pequeñas maletas o mochilas, que se adivinaban más repletas de buenas expectativas que de los enseres imprescindibles para cubrir las necesidades de un día. Desde el primer momento, el ambiente se creó amable y cálido…pienso que ese detalle, apenas perceptible, contribuyó de manera decisiva a lo que podremos llamar el éxito de la empresa.
Después de cenar, tras las presentaciones, ese rato de dejarse llevar, de ubicarse, del latín “ubi” – “lugar en donde”; pero por dentro, sobre todo por dentro, y de algunas confidencias con alguien a quien casi, o sin casi, no conocías… eso, una vez superado el desconcierto inicial, es bueno, porque a los de toda la vida (toda tu vida) a esos ya nada les sorprende; pero, a los que nos llegan de nuevas o para los que nos estrenan, todo es descubrimiento… vamos, que son y somos otro aire.
Y al día siguiente: la pausa, la Palabra
Llegados a este punto, pese a lo que pudiera esperarse de la lectura de estas letras, he de decir que no voy a desvelar absolutamente nada de la innegable riqueza y profundidad de los temas que allí se trataron, tampoco de las sencillas y poco comprometidas dinámicas que nos permitieron bucear por ellos; y no porque yo defienda esas prácticas de cierto secretismo propias de determinados grupos eclesiales con mucho predicamento últimamente, todo lo contrario, me parecen lícitas y las respeto, pero a mí no me gustan; sino por dos razones que entiendo evidentes:
La primera porque estoy decidida a respetar los llamémosles “derechos de autora” de la ponente, creadora de todo el entramado…-¡Bien, estuviste muy bien, Mª Isabel, de forma y de fondo. Querida Macarro, esencia de pastoralista, no has perdido facultades!- Y la segunda, porque me apetece muchísimo hacer mío el eslogan de una antigua campaña publicitaria, que invitaba a visitar una ciudad, no recuerdo cual, y que aquí parece estar bien traído , –“Ven a conocerlo”- decía -“Que no te lo cuenten”-.
¿La Palabra es una cuestión de amor?
Pues eso. Pero, algo habrá que decir para contar sin contar y, claro, para no defraudar. De manera que, ya que se trata de incitar la curiosidad del lector, daremos algunas pistas:
- La Palabra de Dios es profundamente hermosa y más si alguien la desvela con paz, le retira el velo que a veces la cubre incluso de aspereza.
- Jesús, el hacedor de Dios en la Tierra, se encuentra con el ser humano y lo busca en su soledad, su limitación, su error; es entonces cuando Él mira y se deja ver, toca y se deja tocar, no juzga y endereza, libera, coloca en el centro, pone en movimiento, logra que escuchemos, nos da voz, perdona, invita a perdonar.
- El Evangelio es llamada…”Ven”. Aunque caminar sobre las aguas sea tarea que parece imposible, no hay equilibrio que lo resista, según cualquier ley física es imposible. Fiarse es complicado; pero el Señor es tenaz…”Ven”. Y, además, hace viento y, es más que probable que un calor húmedo insoportable, de esto sí puedo dar fe, conozco Galilea; pero tú… “Ven”.
- La Palabra se hace mía, se convierte en los míos, en mi trabajo, mis dudas, mis problemas, mis preguntas y, sobre todo, me lleva a los otros. Mi lugar en el mundo y el suyo.
- Hace falta silencio, puede parecer un contrasentido, pero sólo el silencio abre la brecha para que las palabras se escurran como la arena entre los dedos.
- Y, al fin, en el quehacer del hijo de Dios es sencillo descubrir también a los que quiero.
Cuando tras la última y cariñosa despedida en la estación de Atocha, hasta la que tuve el placer de acompañar a los compañeros, regresaba andando a casa envuelta ya de nuevo en el trasiego de mi barrio, tan popular y castizo él; me vino a la mente, supongo que jugando caprichosamente, el último verso de un soneto maravilloso de Lope de Vega: “esto es amor, quien lo probó lo sabe”. No sé por qué, pues aquello no tenía nada que ver con lo que yo había vivido las horas precedentes. ¿O sí? A ver si iba a ser que eso de la Palabra acabaría tratándose simplemente de “una cuestión de Amor”.
Por hoy suficiente, que ya se va haciendo tarde. En cualquier caso: “Que no te lo cuenten. Ven a conocerlo”.
Yolanda Rabadán, educadora del Real Colegio Ntra. Sra. de Loreto de Madrid
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